La actriz Elizabet
Vogler (Liv Ullman), en plena representación de Electra, se queda muda. Tres
meses después, ingresa en un hospital por llevar desde entonces en silencio. A
su cuidado está la hermana Alma (Bibi Andersson), que pretende adentrarse en la
mente de la actriz para intentar ayudarle. Ingmar Bergman presenta la relación que
se entabla entre ambas mujeres (primero en el hospital y luego en una casa de
campo), siguiendo la gran influencia de Strindberg y su concepción de la
maternidad. Además, Persona es un
experimento cinematográfico subyugante, de una modernidad aplastante, y una poderosa
influencia, subterránea, para buena parte del cine de autor posterior (desde David Lynch hasta Michael Haneke, desde
Woody Allen hasta David Fincher, pasando por John Cassavetes, Robert Altman o Jean
Luc Godard). El director sueco vuelve a superarse a sí mismo y, dando un golpe al
timón de su nave fílmica, encarrila su arte hacía el análisis visual del alma
humana. Sin parangón en el cine de la época (1966), salvo su propia obra (en
particular El silencio), Persona convierte la realidad en un
acerado y contrastado B&W (por cortesía de Sven Nykvist), mientras se presenta
un conjunto de profundas instantáneas sobre mil y un asuntos (el arte, la vida, la muerte, el sexo), acompañado de un agudo análisis psicológico, todo ello realizado
mediante una extremada estilización formal, difuminada por un halo fantástico,
y con interesantes juegos con el fuera de campo, la iluminación y el montaje.
Además, el film cuenta con imágenes
documentales y recurrentes técnicas metaficcionales. En último lugar, las
interpretaciones son tan sutiles como convincentes.
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