Una noble película acerca de la aceptación de las carencias propias (en este caso, de la ceguera) y sobre la capacidad del
amor para despertar las ganas de superación personal. Está basada en un relato
del conocido psicólogo Oliver Sacks que, a su vez, está basado en hechos
reales. Sin embargo, ni las interpretaciones (bastante mediocres) ni la
dirección (bastante convencional) logran transformar en excelencia
cinematográfica las buenas intenciones morales de la historia, la cual, aún
siendo más sofisticada de lo que cabría esperar, se alarga innecesariamente. A
la dirección, el premiadísimo productor Irwin Winkler, autor de ese convincente
retrato del macarthismo que fue Caza de brujas. En la línea, por tanto,
de ese cine posibilista y bienintencionado como Esencia de mujer. Y nada que ver, por otro lado, con la admirable El milagro de Ana Sullivan (del
minusvalorado Arthur Penn), o con Un retazo
de azul, de Guy Green. Como curiosidad, el film está salpicado de canciones interpretadas por Diana Krall.
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