En el cine
francés abunda una noble cinematografía de naturaleza política que, siguiendo a
Jean Renoir, transforma inquietudes estéticas en banderas del compromiso
intelectual. El cine político, por lo tanto, ha manado con particular éxito en
las tierras de La Marsellesa.
Basándose en el asesinato del político griego Grigoris Lambrakis y en los
sucesos que tuvieron lugar en Grecia antes de la caída de la Junta Militar,
Jorge Semprún y Constantin Costa-Gavras construyen un guión preciso, afilado,
que muestra sin idealismos ni contemplaciones la resistencia política así como
el férreo tejido del conservadurismo y de sus relaciones con la extrema derecha
y con los medios de comunicación. Z. (Ives Montand) es un diputado de izquierdas que se propone dar una conferencia
sobre el desarme nuclear y el pacifismo en una ciudad de provincias, aun a
pesar de las amenazas de muerte que ha recibido y de las pocas facilidades que
le ofrecen las autoridades locales. Por su parte, el gobierno y los poderes
fácticos conspiran para asesinar al diputado simulando un accidente. A partir
del momento del asesinato, el juez de instrucción (Jean-Louis Trintignant)
comienza una investigación para descubrir lo que ha sucedido. Para ello,
contará con la colaboración de un periodista. La mujer del diputado (Irene
Papas) asistirá impotente a todo el proceso. Lo que es una lucha ideológica se
transforma en una lucha física, material, pedestre, en la que solo las clases
bajas se remangan la camisa. La puesta en escena, los movimientos de cámara, la BSO de Theodorakis y
el montaje consiguen materializar la tensión de los momentos de lucha, la
tirante investigación y las discusiones entre los responsables, sus cómplices y
la oposición. La fotografía es de Raoul Coutard, el colaborador habitual de la
primera época de la Nouvelle Vague,
especialmente de François Truffaut y Jean Luc Godard. El final, por cierto,
aunque un tanto exagerado, es de una verosimilitud aplastante.
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