Con la ayuda de
un tanque de aislamiento (popularizados por John Lilly), el faústico doctor
Eddie Jessup (un guapísimo William Hurt, en su debut cinematográfico) pretende
inducir el tipo de trance que necesita para sus investigaciones sobre los
estados alterados de conciencia. Aunque, en realidad, su interés principal es
la búsqueda del yo original y verdadero, algo que cree tangible y que puede
estar conectado con la memoria de la especie (de la que hablara Freud). Para
ello, el doctor se apoyará en el consumo de una droga alucinógena que excita la
memoria y que es utilizada por tribus indias mexicanas, todo ello en la línea
de Carlos Castaneda. Ken Russell da rienda suelta a sus obsesiones sexuales y religiosas
en esta desmedida y un tanto
presuntuosa historia sobre regresiones genéticas
(lo que parece un remake de The Neanderthal Man), donde las alucinaciones
tienen un extraño poder de seducción porque están muy bien rodadas, así como
solventes son los efectos visuales y los FX.
Sin embargo, tras unos fascinantes 50 primeros minutos, la historia deja paso a
una cacería bastante insípida que se desarrolla hasta producirse un clímax
final bastante convencional. Alguna escena, por lo demás, influiría en Un hombre lobo americano en Londres. Hay
que saber que el guionista, Paddy Chayefsky, rechazó el resultado y que, por
temática, es una película que podría haber rodado Andrei Tarkovsky, según
revela el propio Russell en su autobiografía.
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