Mulholland Drive es un auténtico tour de force cinematográfico, una película fascinante y de una
variedad visual apabullante (primeros planos, cámara nerviosa, travellings elaborados, panorámicas
diagonales, planos medios, movimientos de cámara, zooms, fundidos, planos desenfocados, etc.). Fruto de una
maduración estilística y temática de la obra de David Lynch es, a la vez, una
síntesis de diversos elementos previos (provenientes, especialmente, de Terciopelo azul, Twin Peaks, Hotel Room y Carretera Perdida) así como un homenaje
cinéfilo constante. Supone, además, el Mister Hyde de su obra reciente, considerando a Una historia verdadera como su Doctor
Jekyll. Lynch dilata y reconstruye un episodio piloto que rodó para una serie de
TV que, finalmente, fue rechazado por la cadena ABC. A través de una extraña y enmarañada historia, con varias
líneas argumentales que se van cruzando así como los habituales y complejos
puzzles simbólicos, Lynch ofrece al espectador una bajada pesadillesca a los
infiernos de la industria cinematográfica: es decir, la cara B de Sunset Boulevard.
De hecho, Mulholland Drive es la
versión más tenebrosa y retorcida de todas y cuantas disecciones del Hollywood moderno
han sido propuestas por el cine USAmericano. Sin embargo, por suerte para
cualquier espectador, no llega al cripticismo de Inland Empire aún cuando se deslicen errores e incoherencias varias
y aún cuando todo el metraje esté salpicado de la inconfundible galería de insólitos
personajes, situaciones inexplicables y breves diálogos característicos del estilo
tortuoso y surrealista del director de Montana, un estilo que la BSO de Angelo Badalamenti no hace sino reforzar. Como colofón, el film regala una magnífica interpretación de Naomi Watts, en el rol principal de una historia de sueños, identidad y amor fou.
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