Una estudiante de periodismo descubre una red de
producción y distribución de películas snuff
mientras está investigando sobre su tesis doctoral. Además, descubre que en
dicha red están implicados miembros de su propia universidad lo que la obliga a
averigüar quién o quienes son antes de que su vida pueda correr peligro. Tras
dos mediometrajes, Alejandro Amenábar se estrena como director con este thriller que sigue bastante a piés
juntillas algunas de las convenciones del género: una asunto morboso, una trama
repleta de falsos sospechosos, personajes estereotipados, situaciones de
tensión y continuos giros de guión. No obstante, el carácter amateur de la produción (que se puede
apreciar en sus carencias de iluminación, de montaje, de sonido y de interpretación),
se queda en un segundo plano gracias al relativamente conseguido climax del suspense así como a la
truculenta atmósfera. Por otro lado, el guión flaquea en varias ocasiones, merced
a unos diálogos no siempre conseguidos y a varias escenas incomprensibles. En
todo caso, parte de lo rudimentario de la dirección se ve conpensado por el
acierto en la utilización de la elipsis. La BSO, por cierto, obra del propio
director, resulta ser un remedo de varias fuentes y estilos. Por otro lado, el
éxito original de la historia se debe, con probabilidad, a la ingenuidad del
espectador español, ignorante tanto de la realidad sobre la que se basa la
historia como del hecho de que la principal inspiración provenga de varias
cintas anteriores (como Hardcore: un mundo oculto, por ejemplo). Lo más interesante del film, sin embargo, es su naturaleza meta cinematográfica, repleta
de homenajes y referencias al cine y al carácter voyeurístico de nuestra actitud como espectadores.
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