Una película
ciertamente curiosa por cuanto supone una más de las espléndidas incursiones de
Otto Preminger en el terreno del film
noir para subvertir alguna de sus premisas, como ya hiciera con Al borde del peligro o con Vorágine. En este caso, una angelical femme fatale (Jean Simmons), egoísta y
manipuladora, no consigue convencer al indeciso enfermero Frank Jessup, interpretado por
Robert Mitchum, para que le ayude a cometer un crimen. Crimen que, sin embargo, acaba
sucediendo y por el que ambos son acusados. Sin embargo, Simmons se arrepiente
de lo ocurrido y pretende declarar la verdad; a continuación se produce un
juicio del que ambos son absueltos; la ex pareja de Mitchum no le acepta cuando
pretende regresar a su lado; y, finalmente, la despechada Simmons acaba reventando
su plan original, lo que pone en duda las sospechas del espectador sobre sus
auténticos sentimientos. Con un final un tanto previsible, Preminger se sirve
de un correcto guión de Oscar Milliard y Frank Nugent (tras su participación en
El hombre Tranquilo) y perfila una
solvente producción de Howard Hughes para la RKO, con la música del siempre acertado Dimitri Tiomkin. Las pasiones, en Cara de ángel, no son suficientes para dominar a un hombre, al contrario que en muchos clásicos del género (desde Perdición a Perversidad).
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