Dedicada a Jonay Rodríguez Quintana |
Robert Rosenstone sostiene una polémica tesis: que Oliver
Stone es uno de los más interesantes historiadores USAmericanos actuales y que su
obra cinematográfica ofrece una representación historiográfica que merece un
análisis más profundo que el que habitualmente se reserva al llamado cine
histórico. Especialmente su trilogía sobre la Guerra del Vietnam, aunque
también otros films como JFK, una
obra maestra del montaje narrativo y del claroscuro político. Hay quienes han
acusado al director de ambigüedad moral (antes) y de izquierdismo ciego (ahora)
pero el visionado sosegado de su cine da como resultado una opinión que puede
hacer más justicia a las intenciones y a los resultados de su controvertida
obra. Wall Street ofrece un
contundente y convincente retrato sobre el capitalismo salvaje, en particular
sobre el monopoly en que se ha
transformado la economía financiera, espoleada por un puñado de brokers proletarios y dirigida por un
selecto grupo de inversores sin escrúpulos. Por el camino, Stone afila su
crítica contra la ambición desmedida y contra el poder del dinero, causas de la
putrefacción moral de una buena parte de las sociedades contemporáneas. Además,
introduce un retrato moral de dos generaciones, las representadas por Martin
Sheen y por su hijo Charlie Sheen, en base a sus respectivos valores y aspiraciones. La
película se completa con un acertado trabajo de Hal Holbrook, Terence Stamp y James
Karen así como con una impresionante composición de Michael Douglas en el papel
de Gordon Gekko, un atractivo y ambiguo tiburón financiero. Sin embargo, tanto
Sean Young como Daryl Hannah decepcionan en sus papeles (especialmente la
segunda). Por último, tanto la BSO, de Stewart Copeland, como los efectos de
sonido y la fotografía (del gran Robert Richardson), aportan un sutil
suplemento semiótico a las intenciones del film. A propósito, Martin Scorsese tiene lista su aproximación al tema, The Wolf of Wall Street.
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