En un pequeño pueblo del countryside
inglés ha ocurrido una cosa muy extraña. Durante unas pocas horas, todos sus
habitantes han perdido el conocimiento. Al despertarse, todas la mujeres parecen
haberse quedado embarazadas y, tras el parto, los niños, rubios y con unos ojos brillantes, parecen constituir una comunidad muy particular. Los científicos,
los doctores y los militares comienzan a investigar los hechos. Wolf Rilla dirige
esta pequeña maravilla de la especulación científica de los sesenta (o Sci-Fi), que materializa la primera de
las adaptaciones que de la novela de John Windham, The Midwich Cuckoos, se han llevado al cine. La segunda es del
maestro del fantástico John Carpenter. Tal y como resume David Pringle, se trata de "un cuento sobre una invasión extraterrestre mediante inseminación artifical". La historia está muy bien narrada, con
múltiples elipsis y abducciones
narrativas (como diría Ch.S Peirce), que agilizan continuamente la acción.
Además, está muy bien planificada y montada (como el film de Carpenter) y el desarrollo y el climax son bastante
meritorios, tratándose de un argumento tan sorprendente y controvertido para la
época (pensemos en el embarazo de mujeres vírgenes, por ejemplo). Por otro
lado, la película presenta ligeras pinceladas, casi imperceptibles, de crítica
socio-política (así como esporádicos homenajes al cine clásico de la Universal).
No por casualidad, el film está rodado
en plena Guerra Fría. George Sanders y la primera dama del terror británico, Barbara
Shelley, bordan sus esquemáticos papeles. 4 años más tarde, Anton Leader
rodaría una especie de continuación, Los
hijos de los malditos.
Adaptación de una obra de teatro que, a su vez,
proviene de una novela que, al parecer, fue muy exitosa en la época, tal y como
se anuncia al comienzo de la película (curioso inicio para una película de John
Ford, por otro lado). Aunque el guión sea del gran Nunnally Johnson, la
película cuenta una historia destartaladísima que recuerda claramente a las
exageraciones de Los Simpson cuando
describen la forma de vida de Cletus Spuckler y su familia, o esas parodias white trash de la vida sureña, de dudosa
moral, presentes en algunas lecturas de la obra de William Faulkner y otros
autores Southern. Y es que todo el film desprende un humor vulgar, muy
exagerado, excesivamente idiosincrásico y sin nada de gracia. Como de otro
tiempo, vamos. Un humor que, por otro lado, no es apropiado para el tipo de
tragedia que se está contando. Además, la descripción de la realidad social del
momento y del lugar (Georgia) así como la visión candorosa de las clases
propietarias es de una ingenuidad que solo esconde su carácter
demagógico. En cualquier caso, lo mejor de la producción es, sin duda, la
presencia de una jovencísima Gene Tierney, aunque su personaje, como el de Dana
Andrews, es tan innecesario como inconsecuente. Un film que tiene más fama que sustancia.
Caleb Colton (¿un guiño al Caleb Williams de Godwin,
quizás?) es un joven que vagabundea por la ciudad en busca de diversión. Una
noche, conoce a Mae (Jenny Wright), una chica con la que comparte unas horas
pero, para su sorpresa, le da un beso en el cuello que termina por sangrar. A
partir de ese momento, Caleb sufrirá una extraña transormación, mientras los
amigos de Mae, su propia familia y la policía comienzan a cerrar el círculo
unos sobre otros. Una historia de vampiros ruinosos y desolados, casi un Western del Medio Oeste, firmada por la ex
de James Cameron, Kathryn Bigelow, y rodada con parte de la troupe que el director había exprimido a
conciencia en su reciente obra maestra, Aliens
(Bill Paxton, Lance Henriksen y Jenette Goldstein). La película es casi una road movie, ya que el clan de vampiros
está continuamente en movimiento, de Oklahoma a Kansas pasando por Texas y
Arizona. La música de Tangerine Dream,
el ambiente desértico a lo Carretera al
infierno, algunas escenas realmente poderosas así como el desaliñado general del film convirtieron a esta cinta en una película de culto para
adolescentes y jovencitos de todo el mundo, mucho antes que Crepúsculo y su piadosa saga. En todo
caso, no se benefició en nada del estreno casi simultáneo de Jóvenes ocultos.
Arquetipo de muchas de las películas que sobre
grandes robos se han realizado en las últimas 5 décadas, El robo al Banco de Inglaterra es una maravilla de meticulosidad y
tensión, tanto en el plano narrativo como en el plano moral, al igual que la
contemporánea Objetivo: banco de
Inglaterra, de Basil Dearden, o Asalto al Banco de San Louis. John Guillermin orquesta una historia en la
que el movimiento independentista irlandés contrata a un ingeniero USAmericano,
Charles Norgate (Aldo Ray), para que les ayude a robar “la hucha de la reina”.
Para conseguirlo, el ingeniero ha de hacerse camarada del oficial de la guardia
del banco, el teniente Peter O’Toole, y, además, debe encontrar el telón de
Aquiles del sistema de seguridad del banco. El guión desarrolla
convenientemente los diversos pasos que se van siguiendo para elaborar el plan
de robo, por un lado, y luego para ejecutarlo, por el otro, dejando en los
márgenes de la trama tanto las implicaciones políticas del argumento como sus
componentes sentimentales.
Versión pedrestre del Gravity de Cuarón, All is Lost es la recreación de una campaña de pura supervivencia. El velero de
Robert Redford choca accidentalmente contra un contenedor en medio del Índico,
lo que supone el comienzo de una serie de catastróficas desdichas que llevan al
viejo marinero a enfrentarse con todo tipo de adversidades en el mar,
incluyendo el riesgo de su propia muerte. El director de Margin Call, J.C. Chandor, juega algunas buenas bazas pero
desaprovecha otras. Por ejemplo, el film
puede ser disfrutado por personas que conozcan el manejo de un velero y la vida
en el mar pero el personaje de Redford sorprende por algunos de sus
comportamientos. Por otro lado, la estructura de la trama sigue paso a paso el
viejo adagio épico-narrativo “después de la tormenta vendrá la calma”, lo que termina
por aburrir al espectador, en una película que no pretende ser épica sino
intimista (de ahí su sobriedad general). Finalmente, los efectos digitales son
como de telefilm de Antena 3 (esos
bancos de peces, esos tiburones…), lo que resta credibilidad al conjunto. Por
otro lado, si bien este Redford versión photoshop
pone el cuerpo y la cara apropiadas en la mayoría de los casos, en otros no
parece del todo convincente, aunque el papel tampoco exige mucho, la verdad.
Gélido thriller político y policial, rodado en Suecia, Finlandia y la URSS, que supone una
interesante inversión de los temas, personajes y situaciones típicas del género
USAmericano. Bien visto, el film
podría leerse casi como una reinvidación del intervencionismo soviético en
contraposición a la avaricia típica del capitalismo en su versión más salvaje
(donde, además, se juega con el doble sentido del comercio de pieles). Los
personajes de William Hurt, Brian Donehy y Lee Marvin engrandecen la trama y el
conjunto final de la película con su buen hacer mientras que el personaje de Joanna
Pacula desespera por su laguidez, confusión y volatilidad.
Influenciado por las investigaciones de su propio
padre (un cameo autoirónico del propio Michael Powell), el operador y fotógrafo
erótico Mark Lewis (Carl Boehm) asesina mujeres para filmar su miedo ante la
muerte. Película incomprendida en su momento, produjo tal escándalo cuando se
estrenó que supuso el declive definitivo de la carrera del director, por la
violencia y el sexo que mostraban sus fotogramas. Sin embargo, hoy en día constituye
una de las más sutiles reflexiones sobre el acto de filmar, sobre el cine en general
y sobre el voyeurismo mórbido que suele agazaparse detrás de nuestra necesidad
de mirar (un comportamiento sublimado recientemente en la conquista de nuestras
ciudades por parte de las cámaras de vigilancia). Estrenada el mismo año que Psicosis o La máscara del demonio, Peeping Tom (en su título original) constituye una producción con dos niveles bien
diferenciados: el de un thriller con
psicópata (nivel material) y el de una investigación sobre sus impulsos voyeurísticos
y psicoanalíticos (nivel metaficcional). Con una enorme capacidad de resonancia,
sus efectos completos solo suelen aparecer en el espectador tras varios
visionados, por la naturaleza gaseosa y aparentemente trivial de la inmensa
cantidad de detalles de que está compuesto el film. Michael Powell se adelanta a varias producciones míticas
sobre el mundo del cine, desde El
cuchillo en el agua o Impacto hasta
Blow Up o Arrebato. Como curiosidad, la iluminación de Otto Heller ha
influido poderosamente en directores como Mario Bava y en operadores como
Ubaldo Terzano, por ejemplo.
Docudrama sobre el
asesinato de 5 abogados laboralistas, perpetrado por un pequeño grupo de
ultraderechistas sin cerebro ni personalidad, en el Madrid de plomo de la
transición. En esa transición modélica que se construyó sobre un clima de inusitada
violencia, aunque ahora poca gente se quiera acordar. Juan Antonio
Bardem reconstruye los hechos, basándose en las experiencias de primera mano
del ultraindependiente Gregorio Morán pero, también, en las actas judiciales, elaboradas con los testimonios de
3 supervivientes, de los acusados, sus superiores organizativos y las pocas
pesquisas policiales que se facilitaron. Lo interesante del film es la poderosa labor de montaje que se ha realizado,
superponiendo acontecimientos, personajes, puntos de vista, causas y resultados.
Otro aspecto interesante es que la película muestra muchas de las cobardes e
institucionales conexiones de los asesinos, tanto con las élites
políticas franquistas (que defiendes solo sus propios intereses)
como con las estructuras policiales represivas y falangistas (esas camisas
azules que lo mismo hablan de revolución que de eliminar el sindicalismo
[sic]). La película fue estrenada unos dos años después de los hechos y viene a
sintetizar el esfuerzo de los partidos y sindicatos
de izquierda, no solamente por olvidar la Guerra Civil y la
represión de que fueron objeto hasta bien entrada la democracia, sino también
por reconciliarse con los elementos que les habían sometido. De ahí la
referencia final al símbolo de la reconciliación,
la constitución de 1978.
El argumento de Alta Tensión se centra en la visita que un psicópata hace a una
granja en medio de la nada. Una vez que ha masacrado a una familia entera,
habrá de enfrentarse a una chica de ciudad que se encontraba de fin de semana
con la familia de su amiga quien, a su vez, ha sido secuestrada por el psychokiller. Salvaje en su
planteamiento y ejecución, la cinta compensará a los amantes adolescentes del slasher más violento y gore, pese a sus
contradicciones, trampas y copias descaradas (desde Viernes 13 y Tenebre a La matanza de Texas y Pesadilla mortal). Mil veces visto
(salvo la supuesta sorpresa final), Alta
tensión constituye la segunda película de su director, Alexandre Aja, y,
ciertamente, está rodada con cierto tino. A destacar la presencia de la siempre
estimulante ex pareja de Luc Besson, Maïwenn. El score, por cierto, es uno de los valores añadidos del film: sin esa música electrónica industrial, la película daría menos miedo y su climax sería menos impactante.
Años antes de que Allan Moore asombrara al mundo conFrom Hell y sus postmodernas
reflexiones sobre la historia y la ficción, Alex Cox presentaba su irredenta y
nada convencional sátira de la política expansionista USAmericana. Y lo
hacía con la excusa de reconstruir visual y narrativamente un episodio del
pasado reciente de su país. William Walker, un filibustero nacido en Nashville, puso su vida y sus inmortales al servicio de diversas
campañas de anexión y dominio en beneficio de los EE.UU. De hecho, la película
comienza con su abortada campaña militar en Sonora, territorio mexicano. Pero
el film se centra en la narración de
sus diversas campañas mercenarias en Nicaragua, bajo la mirada atenta de
Cornelius Vanderbilt y las élites locales. Cox apoya su experimento
historiográfico en un guión sarcástico e irónico del autor de Pat Garret y Billy el niño y El regreso, dos películas con las que Walker tiene varios puntos en común, y
no solamente en el plano intelectual sino también en la puesta en escena, en la
técnica cinematográfica y en la música. Robert Rosenstone escribió que Walker subvierte las convenciones del
cine histórico tradicional y, al mismo tiempo, ofrece una representación más
compleja y crítica que las trilladas manifestaciones fílmicas que sobre el
pasado se estrenan continuamente. De hecho, no por casualidad, es una de las
películas favoritas de uno de los más respetados expertos en el estudio de las
relaciones entre la historia y el cine. Nada menos.