Influenciado por las investigaciones de su propio
padre (un cameo autoirónico del propio Michael Powell), el operador y fotógrafo
erótico Mark Lewis (Carl Boehm) asesina mujeres para filmar su miedo ante la
muerte. Película incomprendida en su momento, produjo tal escándalo cuando se
estrenó que supuso el declive definitivo de la carrera del director, por la
violencia y el sexo que mostraban sus fotogramas. Sin embargo, hoy en día constituye
una de las más sutiles reflexiones sobre el acto de filmar, sobre el cine en general
y sobre el voyeurismo mórbido que suele agazaparse detrás de nuestra necesidad
de mirar (un comportamiento sublimado recientemente en la conquista de nuestras
ciudades por parte de las cámaras de vigilancia). Estrenada el mismo año que Psicosis o La máscara del demonio, Peeping Tom (en su título original) constituye una producción con dos niveles bien
diferenciados: el de un thriller con
psicópata (nivel material) y el de una investigación sobre sus impulsos voyeurísticos
y psicoanalíticos (nivel metaficcional). Con una enorme capacidad de resonancia,
sus efectos completos solo suelen aparecer en el espectador tras varios
visionados, por la naturaleza gaseosa y aparentemente trivial de la inmensa
cantidad de detalles de que está compuesto el film. Michael Powell se adelanta a varias producciones míticas
sobre el mundo del cine, desde El
cuchillo en el agua o Impacto hasta
Blow Up o Arrebato. Como curiosidad, la iluminación de Otto Heller ha
influido poderosamente en directores como Mario Bava y en operadores como
Ubaldo Terzano, por ejemplo.
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