Tras el éxito conseguido con su propia adaptación
cinematográfica de The Hellbound Heart,
el escritor de terror Clive Barker cosecha otra adaptación fílmica, esta vez
dirigida por Tony Randall, creador de efectos visuales y discípulo de Roger
Corman. Si la primera entrega suponía una curiosa, humilde y serena entrega de
terror cósmico-infernal, esta segunda parte se presenta casi como una Summa cenobita, llena de deseo, carne,
placer y dolor (es decir, sadomasoquismo). Así, la película comienza con un
resumen de la primera parte, al que sigue una trama pseudo detectivesca, en un
hospital psiquiátrico, con todas las derivaciones oportunas y pertinentes,
tanto del pasado como del presente. Finalmente, con una regeneración de la
configuración del lamento, la conclusión se deja abierta, como es costumbre en
todos los productos con intención franquiciadora. Por lo demás, Peter Atkins
desarrolla un guión un tanto confuso, que se desarrolla con un ritmo asincopado
y rugoso y donde hay espacio incluso para las redenciones infernales, nada
menos que la del propio Pinhead, cuyo origen incluso se explica (aunque la escena
completa fue eliminada del montaje final). En el aspecto visual, la producción
recuerda un tanto a la tercera parte de Pesadilla en Elm Street, estrenada solo un año antes. Los FXs son relativamente
dignos, en particular todos aquellos realizados con animatronics y stop motion
(que evocan, por cierto, los de La Cosa)
así como los sanguinolentos, escarificados y fosforescentes maquillajes, mientras
que los efectos digitales son más bien propios de una época donde primaban los
Spectrum y los Commodore. Una película curiosa que se disfrutaría bastante más
si uno se pudiera teletransportar a las fantaseadas reposiciones de Noche de lobos.
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