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Dejó escrito C.S. Lewis, en
Los cuatro amores, que el amor tiene
cuatro caras: el cariño, la amistad, la caridad y el
eros. Pero de lo que no habló es del “encoñamiento”. Sí, no dijo
nada de la pasión descontrolada. Y eso es porque, seguramente, encoñarse no es
amar. Y, sin embargo, se puede hacer cualquier cosa bajo esa pasión. O se puede
sufrir casi cualquier cosa. Vicente Aranda es un director español que se ha
especializado en mostrar el sexo en la pantalla grande. El sexo en su contexto,
en su momento histórico, en una trama que le de sentido. Y nunca antes,
probablemente, lo había hecho con tanta intensidad y coherencia como en este
sórdido
thriller de venganza,
ambientado en esa Barcelona tan bien retratada por el Carlos Giménez de
Rambla arriba, Rambla abajo, y
protagonizado por dos actores extranjeros, producto de la coproducción:
Fanny Cottençon y el gran Bruno Cremer. El
film
es violento, directo, usa un lenguaje barriobajero y hay varias escenas
contundentes, tanto en el plano de la violencia como en el de la sexualidad.
Hata cierto punto, es una película que puede ser interpretada como una de las
últimas obras quinqui de la filmografía española. Pero poco más. La historia no
levanta el vuelo en ningún momento, no trasciende su particularidad y el guión
tiene algunos rincones sucios y oscuros, y eso que está basada en una estupenda
novela de Andreu Martín,
Prótesis, en
la que el protagonista, “el dientes”, era un hombre. Aquí se nota la
personalidad de Aranda. Y la influencia de
films
como
Alien. Aunque, en realidad, hablando
en general, el título sorprende al espectador contemporáneo por su palpitante
violencia. Técnicamente, por cierto, la cinta tiene varias cuestiones
mejorables, como la iluminación.