Cuatro mujeres desprejuiciadas y
un poco putones se disponen a vivir unos días de asueto en uno de esos hoteles
de la costa española que se levantaron a base de especulación, mordidas y
burbujas. En los días de viento (sí, en los “días”, no en las noches, que para
eso estamos en la playa), las correosas jovencitas son asesinadas por una
versión cutre casposa de los templarios de Ossorio, una especie de monjes
vivientes “violantes”. El gran estudioso de la obra del tío de Javier Marías,
Carlos Aguilar, afirma que estamos ante “un bodrio”. En verdad, estamos ante uno
de esos films clónicos que el
venerado y venerable tío Jess perpetró a lo largo de su dilatadísima carrera,
especialmente en sus últimos tramos, los que van desde mediados de los ochenta
hasta el final de la misma. Una mezcla de cine de terror, erotismo soft sin depilar y de ese humor socarrón
y surrealista con que solía salpicar casi todas sus producciones, aunque no
tuvieran mucho argumento. Como dice Lina Romay respecto del personaje de
Antonio Mayans, la película es absurda y extraña, como de otro tiempo. Así, sin
más. Mal escrita, mal iluminada, mal rodada, mal montada, mal musicalizada, mal
interpretada, mal maquillada (atención a esos monjes vestidos de blanco, por
Dios), etc. En todo caso, el espectador menos exigente se podrá deleitar con la
hermosa figura de Jasmina Bell (alias
de Elisa Vela) así como con algunas psicotrónicas secuencias, como las de la
mujer que está atada a una cama y a la que llevan comida con insecticida y
matarratas (sic).
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