3*
Thriller erótico megamastodóntico, desde el punto de vista de su resonancia social, y un ejemplo prototípico del camino que seguiría el cine policíaco en la informe década de los noventa: sexo, drogas y rock’n’roll. El éxito del film se debe sin duda, a tres factores. Primero, al carisma sexual de la high-IQ-score Sharon Stone, ”el polvo del siglo”. Segundo, a la tramposa pero efectiva dirección del holandés Paul Verhoeven, que encadena, así, un éxito tras otro desde Robocop y Desafío total. Y, tercero, al guión metaficcional escrito por el exitoso Joe Eszterhas (que venía de triunfar con La caja de música y que intentaría repetir el éxito en Acosada, Showgirls o Jade). Mientras que la puesta en escena parece un reajuste de El cuarto hombre, el script consiste en una sabia mezcla de pulsiones sexuales desaforadas, atracciones diabólicas y juegos lujosos entre el punzón, el Lotus esprit y el pañuelo de Hermès, todo ello refrito con diálogos calenturientos, cigarrillos finos, whiskey de Tennessee y cocaína. La vida real misma de Michael Douglas, vamos. Por eso no es de extrañar que la película haya pasado a la posteridad por un cruce de piernas más que por su rebuscadísimo desenlace. La BSO, obra de Jerry Goldsmith, pulsa las teclas del misterio y se mueve, metalingüísticamente, entre los timbres y la orquestación de un Bernard Herrmann. O un John Barry. No por casualidad, la película se desarrolla en ese oasis de permisividad liberal hitchcockiana que es San Francisco. La fotografía, por cierto, también colaboró en el éxito de la obra: luminosa y californiana en exteriores, oficinista pero cálida en interiores. Obra de Jan de Bont. Como dato curioso, Dorothy Malone dignifica la trama con su imprevista y misteriosa presencia.
Thriller erótico megamastodóntico, desde el punto de vista de su resonancia social, y un ejemplo prototípico del camino que seguiría el cine policíaco en la informe década de los noventa: sexo, drogas y rock’n’roll. El éxito del film se debe sin duda, a tres factores. Primero, al carisma sexual de la high-IQ-score Sharon Stone, ”el polvo del siglo”. Segundo, a la tramposa pero efectiva dirección del holandés Paul Verhoeven, que encadena, así, un éxito tras otro desde Robocop y Desafío total. Y, tercero, al guión metaficcional escrito por el exitoso Joe Eszterhas (que venía de triunfar con La caja de música y que intentaría repetir el éxito en Acosada, Showgirls o Jade). Mientras que la puesta en escena parece un reajuste de El cuarto hombre, el script consiste en una sabia mezcla de pulsiones sexuales desaforadas, atracciones diabólicas y juegos lujosos entre el punzón, el Lotus esprit y el pañuelo de Hermès, todo ello refrito con diálogos calenturientos, cigarrillos finos, whiskey de Tennessee y cocaína. La vida real misma de Michael Douglas, vamos. Por eso no es de extrañar que la película haya pasado a la posteridad por un cruce de piernas más que por su rebuscadísimo desenlace. La BSO, obra de Jerry Goldsmith, pulsa las teclas del misterio y se mueve, metalingüísticamente, entre los timbres y la orquestación de un Bernard Herrmann. O un John Barry. No por casualidad, la película se desarrolla en ese oasis de permisividad liberal hitchcockiana que es San Francisco. La fotografía, por cierto, también colaboró en el éxito de la obra: luminosa y californiana en exteriores, oficinista pero cálida en interiores. Obra de Jan de Bont. Como dato curioso, Dorothy Malone dignifica la trama con su imprevista y misteriosa presencia.
qué puntuación le das, zineface?
ResponderEliminarQuerido Anónimo: muchas gracias por tu comentario. Y por avisar a Zineface de esa pequeña errata, síntoma de los tiempos que corren. Se lleva un 3*. Gracias, de nuevo.
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