Indiscutiblemente, una de las
grandes decepciones de la obra de George Romero. Tras el éxito de su
mathesoniana La noche de los muertos
vivientes, el director de Nueva York (pero afincado en Pensilvania) intenta
desarrollar el mismo esquema de invasión vírica global aunque, esta vez, los
enfermos no se transforman en muertos vivientes sino en locos violentos. Hay
que reconocer que Romero es un director muy competente cuando se trata de crear
escenas paranoicas convincentes y situaciones de miedo colectivo descontrolado,
en particular cuando son gestionadas por dos instituciones tan representativas
del lados oscuro de la modernidad como el ejército o los médicos. Algo que
demostraría en su obra maestra, Dawn of the Dead, y, también, en El día de
los muertos vivientes. Sin embargo, en este caso, a una relativamente
conseguida atmósfera de paranoia vírica, hay que ponerle unos cuantos peros: las
secuencias de acción y de persecución no están a la altura de la premisa, por
ejemplo: son lentas, deficitarias, como de telefilm
USAmericano barato. Además, el casting
es desastroso y esa sangre roja casi fosforita aleja al espectador de la
auténtica sensación de miedo y pavor que deberían producir esta clase de
películas. En definitiva, un film
menor y, en buena medida, fallido, aunque con una interesante premisa y la
habitual crítica social del director. La verdad es que, en esta ocasión, hay
que decir que es mucho más angustioso y efectivo el remake reciente de Breck Eisner, estrenado en 2010.
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