El piloto de aviación y corredor
de coches de carreras, Howard Hughes, junto con Howard Hawks, son los artífices
de este clásico del cine negro USAmericano, estrenado en 1932, al comienzo de
la era del sonoro (por eso se pueden apreciar ciertos elementos del cine mudo,
como la teatralización de los actores), aunque rodado en 1930, de forma
independiente, como narra el mismo Hawks en el libro de entrevistas con Joseph McBride. En todo caso, los primeros 10-15 minutos del film pueden echar para atrás a cualquier espectador contemporáneo, alejado por completo del mundo de las polainas, tal y como llevaba el Tío Gilito. Sin embargo, una vez
que el conjunto de los acontecimientos se ve arrastrado por la ambición y por las
tropelías de Tony Camonte (en la modélica interpretación de Paul Muni), la
película se dispara y alcanza cotas de inigualable crudeza, algo impropio para
una época que había vivido la Gran Guerra, y que se disponía a vivir la 2ª G.M.,
pero que era incapaz de mostrar la violencia en el cine (salvo contadas
excepciones). Brian de Palma intentó hacer un remake 50 años más tarde pero no consiguió imprimir a la historia
ni el drama, ni la violencia ni la fuerza de las imágenes de este poderoso y
trepidante thriller de gángsters. Un
clásico del cine, modélico en su concepción del género y asombroso en su
ejecución técnico-artística. Aunque hayan pasado 85 años, la producción
mantiene intacta toda su frescura y toda su fuerza, tanto visual como
dramática. Resultaría maravilloso poder viajar en el tiempo para comprobar la
reacción de los espectadores el día de su estreno. Y los días y las semanas
subsiguientes.
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