Después del éxito del cine de
catástrofes, propio de una época (la irredenta década de los setenta) ávida de
experiencias cinematográficas morbosas, más o menos increíbles, había que
contar las amenazas reales a las que está expuesta “la sociedad del espectáculo”.
Por eso proliferaron, a finales de la década, varios disaster films, digamos, “reales” y críticos, es decir, sobre
situaciones que pueden asolar perfectamente nuestra forma de vida y que, de
hecho, en muchos casos, están en la base de la misma (especialmente con
empresas sin escrúpulos de por medio). Por ejemplo, el riesgo de la energía
nuclear, en varias de sus formas, no solamente como Holocausto Nuclear. Con el
compromiso y la producción del propio Michael Douglas, un desconocido James Bridges rueda una muy bien narrada y muy tensa historia sobre una central
nuclear que está a punto de ocasionar un auténtico estropicio en el idílico
territorio de California. En este sentido, es modélico el final elegido. Jane
Fonda y Jack Lemon regalan dos personajes admirablemente interpretados, al
igual que el propio Douglas, o los veteranos Scott Brady, James Hampton, James
Karen, Peter Donat, Richard Herd o el carpenteriano Wilford Brimley. Con una
factura cuasi televisiva, The China
Syndrome (y, luego, películas como Silkwood, Plutonium o Alerta atómica) puso en contacto a la población USAmericana con los riesgos de la
energía atómica, luego confirmados por variados accidentes, como el que ocurrió
solo unos pocos días después en Pensilvania. Pero está visto que los seres
humanos no tenemos memoria. Y así nos va.
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