Uno de los hitos históricos en el
cine de ciencia ficción familiar (esos encuentros de “tercera clase”), creado y
orquestado por la mano fílmica firme de Steven Spielberg (junto con E.T. El extraterrestre, Parque Jurásico, Inteligencia artificial y La
guerra de los mundos). De hecho, estamos ante uno de los blockbusters que salpican la filmografía
de su director, con una de las tramas más escuetas de la historia del cine y,
por lo tanto, con un guión estirado hasta la saciedad a partir de decenas de
pequeñas secuencias y planos, dadas de sí hasta el paroxismo, para crear un
suspense y una atmosfera: la del misterio que esconde el avistamiento de varios
fenómenos Ovnis. Eran otros tiempos, eran otros ritmos. Spielberg se tira a la piscina al introducir en la trama un par de familias disfuncionales, el poder
comunicativo de la música y al elegir como científico protagonista a François
Truffaut, que muestra ser tan mal actor como mítico director. Y acierta también
al representar un contact (Sagan dixit) con otras tecnologías en son de
paz. El film dura muchísimo y tiene
varias imágenes extraordinarias (de más está reconocer el talento del director
para crear una iconografía mítica) pero, también, tiene varios planos
acartonados, que le restan credibilidad final al producto. El final, por
cierto, también es un tanto decepcionante. Un producto que, como curiosidad,
daría pié a otras creaciones neocapitalistas, como el suprafamoso e
infrautilizado juego musical, Simon.
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