El padre y la madre de casi todo
el cine reciente sobre found footage,
este film de Ruggero Deodato explota
sin rubor ni conmiseración ninguna el morbazo de una buena parte de los
espectadores cinematográficos, a la vez que muestra el cruel espíritu que hay
detrás del colonialismo Occidental (incluso de su acercamiento antropológico al
mismo). De hecho, los documentalistas son una panda de cabrones en toda regla. Deodato,
además, introduce escenas de sexo, sacrificios y desmembramientos reales de
animales (una tortuga, varias serpientes, monos, un cerdo salvaje), todo tipo
de secuencias desagradables, crueldades varias, etc., y todo ello acentuado por
una BSO que dramatiza y subraya todo lo que las imágenes muestran. A la postre,
lo que el espectador contempla no es plato de buen gusto ni educa de ninguna
manera. ¿Cine de denuncia? ¿Cine auto complaciente sin valor? ¿Obscenidad? Es
verdad que la obra juega a la ambigüedad y que, al incluir, varios puntos de
vista sobre los hechos, se desliza hacia la metaficción, recalcada por ese
“todos somos caníbales” final. Pero una cosa no se puede olvidar. Desde el
punto de vista ético, cuando una película muestra (y se recrea en) la muerte
gratuita de animales, traspasa el límite de lo razonable, pisoteando la
dignidad animal, y, por tanto, transforma el resultado en un insulto a la
razón y en una vergüenza para la empatía humana. Todas las demás
consideraciones (estéticas, técnicas, interpretativas, etc.) no pueden estar
por encima de la vida, por muy humilde que ésta sea.
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