Homenaje cinéfilo y también cinéfago a la figura
y a la obra del gran Howard Hawks, desde Río
Rojo a El enigma de otro mundo,
aunque, en particular, es una reverencia a Río
Bravo, si bien con la forma de un thriller urbano, casi de terror. Una especie de respuesta a la pesimista La noche de los muertos vivientes, con
un final feliz y con un contenido y un continente claramente Westernianos. Napoleón Wilson (Darwin
Joston) es un preso de máxima seguridad que debe pasar la noche en una
comisaria, en pleno proceso de traslado, de un conflictivo suburbio del
mastodóntico Los Ángeles. Esa misma noche, toda la comisaria es asaltada por
una oscura y siniestra gang multicultural
que se comporta casi como una horda de zombies. Frente a ella, los habitantes
de la comisaria deberán unirse para hacer frente al extraño e inexplicable
ataque. Carpenter pulsa con precisión varios de los resortes del cine de
suspense, mediante una planificación y un montaje acertadísimos, donde solo se
muestra en pantalla todo aquello que ayuda a crear ese clima de opresión y
angustia que es la característica fundamental del film. Además, Carpenter hace jugar el juego de la individualidad a
los personajes para, luego, unirlos en un acto de solidaridad y trabajo en
equipo, que es la marca de la casa del cine de Hawks. Por otro lado, la
ambientación, que recuerda a esos productos barriobajeros y proto neo
conservadores (tipo El justiciero de la
ciudad o distintas partes de Harry el
sucio), subraya el ambiente degradado y siniestro de la historia. La BSO,
del propio Carpenter, puntualiza con acierto los tonos sombríos de la epopeya.
Una película propia de la irredenta década de los setenta a más no poder, carta
de presentación de su admirado autor y que ya ostenta el sello distintivo del
director de Carthage: ese nihilismo pesimista y fraternal que, de puro duro,
termina por hacerse imparcial.
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