Terror púber revival y de clase media,
estilísticamente un hijo putativo del Carpenter de La noche de Halloween y, emocionalmente, un primo segundo del Drive de Winding Refn. En realidad,
estamos ante un intento de actualización de los patrones del slasher ochentero, por lo menos la
corriente sobrenatural. El producto final es un poco tostón, bastante vacuo y
alarmantemente esteticista (en iluminación, encuadres, vestuario, continuos movimientos
de cámara circulares, etc.). Además, la historia es un poco chorra e
inexplicable, tiene varios fallos de guión (la “cosa” esa aparece y desaparece,
persigue y despersigue sin seguir ningún tipo de patrón, a capricho del film) y múltiples errores de puesta en
escena (como las famosas amigas de la cola del cine, la escena de los tacones y
la playa o la escena de la piscina). Aunque sí que hay algún que otro susto
medianamente logrado, aunque muy supeditado a la banda sonora. En este sentido,
los efectos de sonido y el score
complementan uno de esos productos típicos de la postmodernidad que, en
realidad, son bastante poco postmodernos porque, a la postre, no es más que un
refrito autopoiético, sostenido sobre una multiplicidad consciente de elementos
previos y con un estilo claramente fincheriano y espectral. La nostalgia hace cine, claro
que sí. Y también televisión: como con la actual Stranger Things. Para redondear la operación de marketing nostálgico, la edad de los
protagonistas ha bajado hasta la proto-adolescencia, hasta esa edad post-MTV suburbial que Steven Wilson ha
intentado retratar en Fear of a Blank
Planet.
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