¿Por qué Ingmar Bergman se vale
de 80’ para contar una historia con la profundidad de Persona y Alfred Hitchcock necesita 120’ para narrar Cortina rasgada? De hecho, habría que
preguntarse por qué el cine del maestro sueco es tan parvo en duración mientras
que el del maestro inglés suele ser tan generoso en minutaje. La respuesta
podría estar en el suspense: para crear suspense hace falta tiempo, hace falta
dilatar la duración de las cosas, como señala Anthony “Hitchkins” al final de
ese biopic que ha protagonizado
recientemente sobre el creador de Vértigo.
Y como también señalaba François Truffaut en sus gloriosas conversaciones con
el auteur, recogidas en la edición
definitiva de El cine según Hitchcock.
En fin, reflexiones aparte, el tío Alfred pergeña una trama de espías sobre
robo de secretos nucleares en el marco de la Guerra Fría, tras el telón de acero y en el marco incomparable
del Berlín dividido de postguerra. Adereza la ensalada con un balsámico de Paul
Newman (en su única y conflictiva colaboración con el orondo director), con las
estimulantes esencias de Julie Andrews (francamente, una pareja poco sólida) y
con la minuciosa partitura especiada del siempre excelente y contrapuntístico John
Addison, el compositor de esas maravillas musicales que son las BSO de Un puente lejano, La huella o Mujeres en
Venecia, por poner solo tres gloriosos ejemplos.
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