La mayoría de los historiadores
del cine afirman que Gritos en la noche
fue el pistoletazo de salida del género de terror en España. Sin embargo, el
cine de suspense, el thriller y el
fantaterror en general (como La torre de
los siete jorobados) eran géneros que ya habían sido tratados por la
industria cinematográfica española. Por ejemplo, León Klimovsky, en 1963, un
año después del estreno del clásico de Jesús Franco, había llevado a la
pantalla una historia similar a la de El
sabor del miedo (1961) y a la de La
muchacha que sabía demasiado (1962). Una jovencita cabaretera, a punto de
casarse, abandona el oficio y, de camino a casa, por la noche, presencia un
asesinato. Con tan mala fortuna que el asesino también la ve a ella y la
persigue. Pero un Jesús Puente rechonchote, un tanto inusual en su aspecto
físico, hace acto de presencia oportunamente y la salva. Lo que sigue es un
dignísimo film de suspense, obra de
un director muy importante en el seno de la filmografía española, con una
solvente fotografía en blanco y negro, un guión estupendamente dosificado (que
coquetea con el giallo), unas
correctas interpretaciones (ese Jorge Rigaud, esa May Heatherly)… y unos
zapatos amarillos. La música y la ambientación (ese Madrid reconstruido por
obra y gracia del montaje) apoyan convenientemente el misterio en torno a un
supuesto sádico maníaco homicida. Como en algunas películas de Fernando Fernán
Gómez, atención a la aparición de secundarios como Rafaela Aparicio o Antonio Ozores. Por cierto, se aconseja disfrutar junto a esa otra rareza que es Los muertos no perdonan.
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