El senador Nick Rast (David
Hemmings) tiene un matrimonio de conveniencia con la hija de un diplomático
(Carmen Duncan). El hijo de ésta está muriéndose de leucemia hasta que un extraño
personaje, Gregory Wolf (una especie de Rasputín), aparece en su vida para
curarle. A partir de este momento, tanto la vida de unos como las relaciones de
poder del senador, se verán trastocados por la misteriosa figura del Harlequin
(Robert Powell). Incluso el hombre que está detrás de la carrera política del
senador, una especie de padrino en la sombra, Doc Wheelan (Broderick Crawford),
verá peligrar su mundo de poder y corrupción. Everett De Roche, en uno de sus
conocidos intentos por reflotar la industria cinematográfica australiana,
vuelve a retorcer los límites de un género con su incomparable talento para la
mezcla, la ironía y la metáfora. El film
se desarrolla, en un primer nivel, como una fantasía salvífica, propio de los
ramalazos místicos de la New Wave de
la época, aunque también incorpora elementos de fábula política así como
reflexiones sobre quién maneja hilos del poder. En definitiva, lo que tenemos
entre manos es un fantástico sin fantástico, como se ha llegado a decir (siguiendo
a Claudio Huck que sigue, a su vez, a Adrián Esbilla y su La historia del cine australiano). Es verdad que la dirección de
Simon Wincer podría haber resultado más satisfactoria si hubiera pulido algunos
aspectos pero entre la música de Brian May, las fascinantes interpretaciones y
los guiños constantes a múltiples películas, la experiencia de su visionado se
transforma en un auténtico descubrimiento (por cierto, los homenajes constantes
enriquecen la trama y sorprenden al espectador. Incluso hay una escena cuasi
calcada de Rojo profundo, el
principal éxito de Hemmings, además de Blow
Up; así como un homenaje a Excalibur.
El personaje de Crawford, por cierto, está elegido con clara conciencia). A
comienzos de los ochenta, Marillion
intentó revitalizar el rock progresivo, tan típico de la irredenta década de
los setenta. Ya en solitario, Fish, su frontman,
hablaba en una de sus letras de un Faith Healer. Conviene seguirle el rastro. En definitiva, una maravilla para los
sentidos, para la cabeza y para el estómago.
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