La familia Marino sufre el ataque
de unos bandarras urbanos multiétnicos, produciéndose una enorme tragedia. Los
compañeros de trabajo del marido, que vigilan las calles del barrio aplicando
una justicia expeditiva, le aconsejan que se tome la justicia por su mano. Solo
la ineficacia e inequidad del sistema judicial USAmericano le harán cambiar de
opinión a la víctima del ataque. William Lustig, el director de Maniac, se apunta a la paranoia
reaganiana sobre la inseguridad ciudadana y, sobre todo, a esa propuesta meta-republicana de que sean los propios
ciudadanos los que vigilen sus comunidades. Sobre una idea calcada del cine de
Charles Bronson y de Chuck Norris, y con una estética pandillera que recuerda
al John Carpenter de Asalto a la
comisaría del distrito 13, Lustig rueda un estimable film, desde el punto de vista visual, que, sin embargo, flaquea
desde el punto de vista narrativo (vario tópicos, varios tiempos muertos,
varias escenas alargadas innecesariamente, varios diálogos de telefilm Cannon), aunque algunas
inesperadas resoluciones sorprenden al espectador (como la reacción de la mujer
del protagonista). Con la presencia carismática de Fred Williamson, icono del
cine blaxploitation de los setenta, y
de Robert Foster, que luego fue recuperado para la causa cinéfila por el Jackie Brown de Quentin Tarantino. Entre
el reparto, el espectador más implicado podrá contemplar la presencia, siempre
estimulante, de pesos pesados del cine underground
como Joe Spinell (que ya había trabajado con el director en su anterior cult movie) o Willie Colon, además de la
participación de un viejuno de la talla de Woody Strode. En conclusión, un
clásico de la época de oro del videoclub que, en la actualidad, solo sobrevive,
fundamentalmente, por una pura y sana nostalgia.
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