Sarah (Jennifer Connelly) fantasea con que los Goblins se
lleven a su hermano pequeño, al que debe cuidar a regañadientes en ausencia de
sus padres. Al verse cumplido su deseo, Sarah, arrepentida, se embarca en una
aventura que le llevará al interior de un enorme laberinto para recuperar a su
hermano de las garras de Jareth (David Bowie), el Rey de los Goblins. La
factoria de Jim Henson (creadora de Barrio
Sésamo y de Cristal oscuro, por
ejemplo) presenta una fábula sobre el paso de la adolescencia a la madurez, es
decir, sobre el abandono del característico egoísmo infantil y sobre la construcción
de la generosidad y la entrega que se supone deben caracterizar a los adultos.
Pero la película también es una fábula sobre el poder de la imaginación y de la
fantasía, un poder que puede mejorar la realidad y que crea mundos y nos
permite vivir en ellos. El film,
mágico y tenebroso a partes iguales (la escena del baile entre Sarah y Jareth es espectacular, en este sentido), está rodado y narrado
con ese buen gusto característico de la compañía de Henson. El guión es de Terry Jones (miembro de los Monty Pithon) y es un texto ejemplar por su mezcla de aventuras, drama, romance, comedia y fantasía. Además, el diseño
de producción es maravilloso, la música es ya casi un pequeño clásico y la historia está llena de referencias a la
cultura anglosajona más exquisita, desde la mitología artúrica a Robin Hood, pasando por El mago de Oz, Maurice Sendak o Lewis Carroll. Para terminar, debido al fracaso comercial de la película, ya
que coincidió con el estreno simultáneo de Willow,
Jim Henson tuvo que abandonar su carrera como director. Sin embargo, la película
ha venido disfrutando, desde entonces, de un seguimiento amplio y fiel por
parte de millones de aficionados de todo el mundo.
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