En La sociedad
abierta y sus enemigos se afirma que lo que caracteriza a las sociedades
cerradas es la ausencia de gobiernos tolerantes y flexibles. Justo el tipo de
sociedad que Haneke representa en esta película. De hecho, es evidente que la
historia retrata una sociedad cerrada y violenta (como el de La Granja, de Bettina Oberli), lo contrario al tipo de
sociedad abierta, liberal y autocrítica que defendió Popper. En todo caso, no
todo pasado fue mejor, como demuestra esta cinta pseudo histórica de Michael
Haneke, que vuelve a estar organizada alrededor de un falso thriller. Lo más evidente de la
película, sin embargo, es ese eco continuo que sugiere que lo que pasó en la
Segunda Guerra Mundial se estaba fraguando en este tipo de sociedad germana anterior
a la Gran Guerra, envidiosa, hipócrita y cruel. Como la que describe Bergman en sus memorias, Linterna mágica. Temática y visualmente, el film podría remontarse al clásico de Vajda
sobre Dürrenmatt (El cebo), mezclada
con Dreyer, M, el vampiro de Düseldorf, Sombras y niebla, Los comulgantes e, incluso, Sleepy
Hollow, aunque el uso del B&W (hiperoscuro unas veces, sobreexpuesto
otras) también podría ser interpretado como una intención de distanciarse de la violenta historia. En todo caso, la referencia más evidente es con El huevo de la serpiente, de Bergman. Algunas de las señas de identidad del director austríaco,
sino todas, hacen acto de presencia durante el visionado (una de ellas es esa
extraña manía de dejar varios misterios en el aire; otra, esos tranquilos pero
salvajes golpes de efecto, casi al estilo de John Woo; otra más, la ausencia casi
dogmática de BSO; una última, ese ritmo lánguido). Un visionado que, a la postre, revela una historia fría,
aséptica, demasiado larga para su continua previsibilidad e, incluso, vacuidad.
Sí, porque el fascismo podría ser el producto de una educación represora. Esta
idea no sorprende. Pero, entonces ¿por qué no ha surgido en todas esas
sociedades represivas que han existido en el siglo XIX o XX? ¿Alguna propuesta?
Por cierto, debido a su pretensión de qualité,
Haneke adorna la narración con pequeños enlaces
semánticos entre escenas, que intentan crear una sensación de continuidad,
igual que la voz en off del narrador,
una especie de joven Charles Laughton en Esta
tierra es mía.
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