Siguiendo la estructura clásica del Drácula de Bram Stoker, Jesús Franco rueda una más de sus múltiples
variaciones sobre el género vampírico aunque, en este caso, con una pátina de
actualización y con el erotismo magnético de Soledad Miranda, una de las musas
del director (su “símbolo femenino”, como escribe Carlos Aguilar), con quien
había trabajado (con mayor o menor intensidad) desde La reina del Tabarín. La verdad es que el film no destaca precisamente por nada en especial, salvo por las
vueltas de tuerca que ofrece respecto de las obsesiones habituales del director
(como en Macumba sexual o La hija de Drácula). Y, de hecho, un par
de escenas están enraízadas, directamente, en la magnífica Miss Muerte (las de los bailes eróticos con el falso maniquí). En
todo caso, se sigue con evidente placer, el guión y la voz en off tienen cierta elaboración y al menos 3-4 escenas son
memorables, aunque la inspiración visual parece un remedo de la extraordinaria El desprecio, de Godard. Por otro lado,
Franco vuelve a componer uno de esos personajes bizarros que tanto le gustaba
interpretar, tanto en su filmografía como bajo la dirección de otros. Producción
alemana, rodada entre Berlín, Alicante y Turquía y con una BSO excelente, que el
propio Quentin Tarantino tomaría prestada para su fascinante Jackie Brown.
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