Gran éxito de crítica y público de la cinematografía
USAmerica de los años ochenta que, visto ahora, no pasa de ser un aceptable ejercicio de estilo sobre algunos de los cánones del cine de gángsters. Fué perpetrado por un creador a priori
bastante alejado del género, el hitchcockiano Brian de Palma, en uno de los múltiples
puntos muertos que han asolado su irregular carrera. La historia narra los
intentos de un agente del gobierno y de su equipo de intocables (incorruptibles) por atrapar y encarcelar a Caracortada
Capone (interpretado por un Robert de Niro excesivo). La película cuenta con
varias de las señas de identidad del director (movimientos de cámara
retorcidos, encuadres wellesianos y contrapicados,
planos en profundidad) y con alguna más que correctas virtud (como la
ambientación y el vestuario), pero ni las interpretaciones ni el guión -estereotipadas las unas, endeble el
otro (y eso que es obra del destacable David Mamet)- consiguen
estar a la altura de la fama de un film
que, no obstante, cuenta con una extraordinaria BSO de Ennio Morricone. Por
otro lado, una de las mejores secuencias de la película, casi al final de la
historia, está calcada de una escena mítica del gran S.M. Einsenstein, aunque
se pretenda pasar por un homenaje directo o por una cita a pie de escena. Lo
más interesante de este producto enlatado es, quizás, ese conjunto de sombras y
oscuridades del sistema político-policial, que se intentan denunciar sin hacer énfasis alguno, como suele ocurrir en los mejores logros de un Oliver Stone
o un Sidney Lumet, por ejemplo.
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