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Cuando tu vida es como una
película tienes un problema. Es verdad que en multitud de ocasiones, muchos
espectadores normales se comportan o hablan como
siguiendo un guión, como
reproduciendo una telenovela. Puedes vampirizar la vida real, como el
protagonista de
Arrebato. Puedes
vampirizar tu propia existencia, como el
Martin
de Romero. Pero si cada escena de tu vida tiene su plano y su contraplano en un
film de Hollywood, si el cine te ha fagocitado,
si todo te recuerda a alguna imagen cinematográfica (como el protagonista de
Dream On), entonces, no tienes ninguna
posibilidad. Tendrás que ascender y tendrás que caer, como ha hecho mil y una
vez la
fábrica de sueños
californiana. Con esta premisa, el joven director
Vernon Zimmerman rindió
pleitesía a la industria del celuloide, con una obra personalísima en la que
desfilan decenas, cientos de homenajes, guiños,
movie clips y múltiples referencias
a la historia del cine. Y es una delicia encontrar dichas referencias,
descubrirlas y saborearlas tras cada plano, tras cada línea de diálogo, tras
cada nombre, tras cada escena. Y también es una delicia ir siguiendo esta
extraña producción, mitad comedia juvenil de los ochenta, mitad cine de terror,
mitad policíaco con psicópata, mitad drama social, mitad cinefilia decadente. Una
sorprendente mixtura de cine de géneros (en el sentido literal de la palabra),
rodada y montada con admirable pericia y con una interpretación
widmarkiana de su joven protagonista,
Dennis Christopher (aunque con un punto de Roddy McDowall). Por cierto, como
curiosidad, aparece un jovencísimo Mickey Rourke.