Pocas son las películas que
retratan el mundo homosexual y, cuando lo hacen, pocas se atreven a adentrarse
más allá del mapa que trazan los sentimientos entre personas del mismo sexo.
Por eso, no es de extrañar la polémica que Willian Friedkin abrió con este
contundente film de 1980, que retrata
de una forma fidedigna una parte del submundo gay neoyorquino, tanto S&M como Leather. Y ello entre finales de la irredenta década de los setenta
y comienzos de la ultraconservadora década de los ochenta, los años de la doble
moral reaganiana y del VIH. Un candidato a detective (Al Pacino) ha de
infiltrarse en dicho submundo para intentar cazar a un cruel y sistemático
asesino de homosexuales, a los que apuñala y desmiembra. Como casi toda la obra
de Friedkin, la película ha sufrido ciertas amputaciones en el metraje (al
parecer, faltan 40’) y, debido a eso, el espectador atento encontrará algunas
lagunas, algunas escenas mal interrelacionadas, varias ambigüedades (como el
uso de distintos actores para interpretar al asesino), etc. Aún así, y pese al
fracaso comercial que sufrió la película, Friedkin se interesó en el tema por
diversos motivos y consiguió un tenso, explícito y sórdido thriller físico-psicológico (de ahí la “R” de la MPAA que ostenta), que está
ambientado en una parte de la fogosa subcultura gay de Nueva York. Pacino, una
vez más, agarra la placa de policía y entrega un personaje creíble y sutil. Por
su parte, Paul Sorvino y Karen Allen acompañan a las mil maravillas. La parte
artística se complementa con una BSO que recuerda tanto la música como la
parafernalia de cuero de los primeros discos de Judas Priest y que, en realidad, son de The Germs, Willy the Ville,
Rough Trade.
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