Crónica de la España de provincias de comienzos de los sesenta y retrato de una compañía de teatro
ambulante que se dedica a viajar, de pueblo en pueblo, representando todo lo
que se pone a tiro. En un momento particularmente conflictivo, el grupo tiene
que aceptar pasar una noche divirtiendo a un grupo de personas pudientes, que
intenta humillarles y aprovecharse de ellos (la escena del streeptease forzado
es un auténtico social hit). Mario
Camus sigue apuntalando la veta del cine neorrealista español, con toques
naturalistas y elementos melodramáticos (con su consiguiente trama de atracción
y amor), a propósito de la apertura mental de la farándula en contraposición a
la sociedad que la envuelve. No por casualidad, el guionista fue Daniel Sueiro.
Sin destacar especialmente por nada, la película se erige como una de las más rotundas
radiografías de la España franquista, ahí donde la Iglesia y el fascismo
conformaban los pilares de una sociedad hipócrita, mezquina y de miras
insultantemente cortas. Varios años después, el gran Fernando Fernán Gómez se
apuntaría un tanto con su particular recreación de la farándula en plena
dictadura con su melancólico El Viaje a
ninguna parte. Y, claro, esta obra de Camus estaba, seguro, en su mente y
en su corazón, aunque, curiosamente, no la menta en sus memorias, El tiempo amarillo.
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