Un puñado de ciudadanos
USAmericanos, un poco destartalados ellos, llegan a un fuerte de entrenamiento
del ejército de tierra de los EE.UU., en la árida Texas, para prepararse e ir a
la Guerra de Corea. Allí, el sargento Ryan y el sargento Holt (el bueno y el
malo, respectivamente), les intentarán transformarán en máquinas de sobrevivir
y de matar, llevándoles al extremo de su aguante físico y psicológico. Y es que
no hay nada peor que la guerra, ni siquiera 16 semanas de cruel y dura
instrucción. Entre medias, una historia de amor con la “alcohólica” de la zona,
la guapísima Elaine Stewart. Estamos ante el molde del que ha salido buena
parte del cine bélico contemporáneo (desde Oficial
y caballero y La chaqueta metálica
hasta El sargento de hierro, por
poner solo tres ejemplos), rodado con “pericia televisiva” por un principiante
Richard Brooks y con la típica visión moral de la época: por un lado, la
inocencia típica de un país crédulo y de una población ingenua; y, por el otro,
la crueldad real de su política exterior durante la Guerra Fría, que asoma en
escenas como la de la “carne de cañón” o la de los gases bélicos. En todo caso,
un film belicista y convencional, que
exhibe los más conservadores valores sociales, aunque con ciertos chispazos
propios del progresista Brooks y del insurgente guionista, Millard Kaufman. La
podrían poner de hilo de fondo en los restaurantes de comida rápida tipo Foster’s Hollywood o así.
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