La hermosa
Catherine Deneuve entra a
trabajar en una casa de citas a causa de un trauma producido en su infancia,
que le ha causado frigidez, y a causa, también, de la insatisfacción de su vida
sexual conyugal, que contrasta con el profundo amor que profesa a su marido. A
partir de esta premisa, Buñuel continúa con su valiente filmografía y ofrece
una sofisticada historia de frustraciones, ensoñaciones y deseos masoquistas.
Así, todos los aspectos de esta película
de encargo (propuesta por los hermanos Hakim) destacan por su alto nivel técnico-artístico:
la elegante dirección, la contenida puesta en escena, una fotografía
apropiadamente otoñal, las soberbias interpretaciones del cuarteto
protagonista, y el inteligente guión de Carrière y Buñuel. Un guión que podría
haber hecho aguas por cualquier lado pero que, en sus manos, se convierte en
una suculenta
disección de las emociones y pulsiones sexuales de la burguesía (disección
que podría completarse con The Bourgeois
Experience, de Peter Gay). Y todo ello pese a un final excesivamente
misterioso y surrealista. Lo curioso del hecho es que la novela en la que se
basó Luis Buñuel (de 1928) rezuma moralismo
por los cuatro costados. Por otro lado, Belle
de jour es una prueba más de que, en pantalla, puede mostrarse casi
cualquier escena de violencia (salvo las más explícitas y crueles) pero,
curiosamente, no puede mostrarse sin censura escenas obscenas, cuando en
realidad, como decía Henry Miller, la auténtica obscenidad es la violencia y la
guerra. Por eso, es una lástima que casi todas las escenas de este tipo
acontezcan fuera de plano ya que Buñuel, probablemente, las hubiera rodado con
esa mezcla de elegancia y perversidad con la que luego se hicieron famosos Guido Crepax (Valentina) y Milo Manara (Jolanda). Hay que recordar que incluso el ABC se rindió ante este film,
cuando se alzó (en 1967) con el León de Oro en Venecia. Dos años después, en 1969, Sidney Lumet presentaría Una cita, sobre la prostitución de lujo.
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