En plena
decadencia física, Sylvester Stallone emprende la tarea de actualizar sus dos
míticas caracterizaciones: Rocky y Rambo. De la película sobre Rocky ya nos
ocuparemos en otra ocasión. Bástenos ahora con pastillear la última versión de Rambo,
dirigida por el propio Stallone. Desde la primera parte de la saga, Acorralado (tensa película de persecución
y supervivencia, dirigida con garra por Ted Kotcheff), Rambo no ha venido
representando sino un conjunto de despropósitos belicistas tras otro. Algo que
Stallone no olvida en esta cuarta entrega: así, sin ningún subrayado
estrepitoso, el musculado director rueda, con más oficio que arte, una
competente versión de Rambo,
disfrazado de ONG, al servicio de acciones humanitarias y con chica incluida. Ahora bien, si le
enfadan mucho, la liará parda porque es lo que mejor sabe hacer: es su esencia,
para eso ha sido entrenado. La película está muy bien planificada, montada y
Stallone controla a la perfección el ritmo y la tensión. Además, el director se
cuida de emitir mensajito o discurso alguno, por lo menos de manera explícita. De hecho, Rambo está realmente
parco en palabras, lo cual se agradece. Finalmente, ni se opta por la auto
parodia ni por ironizar sobre la saga. Simplemente es una película de acción, con
unos efectos digitales ultra gore. Al final, por fin, el sufrido
personaje vuelve a su hogar en Arizona. Esperemos que se quede allí
una buena temporada (aunque ya se barrunta un Rambo 5).
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