Llena de ese
humor carpetovetónico tan querido por el tándem Berlanga/Azcona, Fernando
Fernán Gómez firma uno de sus mejores trabajos tras la cámara, con un estilo
personal, mezcla de neorrealismo italiano (una escena que recuerda a Arroz Amargo podría ser el ejemplo
perfecto), expresionismo alemán y esperpento patrio, en la línea de un Edgar Neville, por ejemplo. Una película que mira por encima del hombro a esa España
cañí, ignorante y mezquina, a través de una mirada crítica y cáustica que
retrata y denuncia una sociedad que se mueve entre los extremos representados
por las revistas que aparecen en los títulos de crédito: el Hola, El Caso y La Codorniz. A
las que hay que añadir el vetusto ABC.
Cinematográficamente, la cámara se mueve con soltura por este sainete criminal,
no exento de elementos folletinescos, lleno de suspense y misterio, basado en algún
relato de Poe y cuyo desarrollo es un prodigio narrativo. Sin embargo, algunas interpretaciones
resultan excesivamente teatralizadas (la de Carlos Larrañaga y la de Tota Alba,
por ejemplo, junto con las de varios secundarios), la iluminación es
maravillosa pero imperfecta y la partitura de Cristóbal Halffter, a fuerza de su
modernité, subraya (paradójicamente) ese
costumbrismo rancio, malsano y represor. Por otro lado, hay que destacar el excelente trabajo de Rafaela
Aparicio y de Jesús Franco, que componen una pareja de hermanos (histérica ella,
glotón él), absolutamente genial.
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