En memoria de Ray Bradbury (1920-2012) |
De todas las
adaptaciones cinematográficas de la obra de Ray Bradbury, esta es,
probablemente, una de las más conseguidas, junto con la versión de Fahrenheit 451, dirigida por Truffaut.
El mismo Ray Bradbury escribió el guión, basándose en su estupenda novela La feria de las tinieblas. Si en El vino del estío, el protagonista
era, sin duda, el verano, ahora la estrella es el decadente otoño, con su
perenne viento siseante, sus oscuras tormentas y su olor a hojas quemadas y a
tierra mojada. Jack Clayton dirige una de esas historias, propias del gran
escritor de Illinois, sobre la magia de la juventud y la rareza de la vida, con
ese aura maravillosa que algunas veces consiguen las mejores producciones Disney. La
BSO de James Horner subraya, precisamente, ese aura, con una partitura bella,
aventurera, levemente épica pero también carnavalesca y misteriosa.
El argumento es bien sencillo: una feria ambulante (Darks Pandemonium Carnival) llega a una pequeña localidad de Nueva
Inglaterra, para asombro y regocijo de dos pequeños y curiosos amigos.
Sorprendentemente, la feria parece conceder los deseos de quienes la visitan,
aunque no siempre con los efectos positivos que se esperan. A partir de esta
premisa y aunque la película fue amputada por la productora, la pareja Clayton/Bradbury
hacen el resto: sorprender y asustar al espectador con un cuento perverso, que
permite varias y superpuestas lecturas. Jason Robards realiza una maravillosa
interpretación, acompañado por un Jonathan Pryce francamente mimetizado con su demoníaco personaje. Sin
embargo, los efectos visuales (y el propio final) podrían ser más convincentes.
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