Muchas son las películas que
confluyen en esta obra maestra del cine de supervivencia y de acción de la
ultraconservadora década de los ochenta. Con los hilos argumentales y
espirituales de films como Los valientes andan solos o Ruckus, el gran Ted Kotcheff dirige una
epopeya de crítica política con la excusa de denunciar el trato recibido por
los veteranos del Vietnam. Justo lo que haría Steven Hilliard Stern en Zona de guerra: el parque, de solo unos
pocos años después. Así que la pregunta es, ¿cómo trataban los EE.UU. a sus
veteranos de guerra? Es sabido que muchos de los veteranos de la Segunda Guerra
Mundial y de la guerra de Corea regresaron con profundos traumas que los
incapacitaron para reintergrarse con “normalidad” en la sociedad consumista
USAmericana. Lo mismo que ocurrió con la Guerra de Vietnam. De aquí provienen
varias de las disfuncionalidades de los ex soldados, tal y como ha mostrado
producciones como El cazador o El regreso, que no fueron, precisamente,
dos exitazos en su país de origen. Pero Kotcheff prefiere mostrar la dificultad
de su normalización mostrando el rechazo que sufrieron así como revelando sus mortíferas habilidades militares: los soldados son máquinas de matar, ¡y punto!: algo
incompatible con la vida civil. La película es un prodigio en la justificación
de la premisa, en el desarrollo de la persecución y en el despliegue de la
acción y, además, Stallone, Dennehy y Crenna (junto con los secundarios) protagonizan
una función realmente apasionante y convincente (en la línea de Caza salvaje), aunque el conmovedor final nada
tiene que ver con el de la novela original. Por otro lado, la película dio pié
a varias secuelas horripilantes, absolutamente reaganianas y, por tanto, faltas
de cualquier sutileza política contra otras formas de pensar. Por cierto, Kotcheff
volvería al tema en Más allá del valor.
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