Gregory Arkadin, un millonario sin escrúpulos, afirma sufrir de amnesia por
lo que decide contratar a un investigador con el fin de que averigüe todo lo
que pueda acerca de su pasado, del cuál no recuerda nada (en particular,
respecto de su vida anterior a 1927). Según vaya avanzando en su investigación,
el “biógrafo” irá descubriendo y revelando secretos oscuros y, francamente,
reprobables. Una de esas disecciones sobre la identidad, el pasado y la memoria
tan características de la obra de Orson Welles. Sin embargo, aunque el
personaje recuerde al de Ciudadano Kane,
Arkadin no es exactamente un rico y poderoso crápula. De hecho, tal y como
afirmó el propio Welles, Mr. Arkadin es, básicamente, un aventurero. Por eso, la
película rezuma esa vitalidad y ese cosmopolitismo propio de un hombre con las
inquietudes infinitas de Wells. El film
está rodado con ese falso amateurismo característico de las coproducciones del
director, con un estilo tortuoso y carnavalesco y con un dinamismo visual tan
violento como la propia trama (prostitución, trata de blancas, crímenes, robos,
etc). Por cierto, conviene recordar que parte del argumento fue recuperado por
Jesús Franco (colaborador del genio británico en la magnífica Campanadas a medianoche) en su La muerte silva un blues [Spoiler: finalmente, el espectador descubre
que Arkadin ha orquestado toda esta pantomima para proteger el oscuro origen de
su fortuna, un secreto que su hija nunca debería descubrir].
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